
La compasión como recurso curativo
La compasión es lo que podemos sentir ante el sufrimiento de los demás o hacia nosotros mismos: la autocompasión. Es una virtud elevada del ser humano que nos conecta con un estado de calma y curiosidad donde podemos observar al otro o a uno mismo sin juicio. Al igual que la presencia, la compasión puede ser un recurso curativo.
La compasión está compuesta por dos facetas:
- la emoción ante el dolor propio o ajeno
- las ganas de aliviar ese dolor
¿Cuál es la diferencia entre compasión y lástima?
En muchas ocasiones se confunde compasión con lástima. La diferencia entre ambas es que la lástima se refiere a simplemente sentir pena o pesar por el otro desde una postura pasiva: “ay que pena…”; mientras que la compasión contiene un componente activo de querer aliviar ese dolor. Aunque sea sencillamente estando en conexión con la persona que sufre.
¿Qué beneficios tiene la autocompasión?
- Relajación
Cuando conectamos con la compasión nuestro sistema de amenaza se relaja generando una sensación de seguridad y bienestar. Generar estos estados nos permiten tener una mejor regulación emocional. Permitirnos vernos desde un lugar de compasión nos relaja porque no nos sentimos juzgados ni autocriticados. Desde este lugar podemos acoger lo que somos y lo que nos pasa.
- Sanación
Cuando hemos sido heridos y no hemos podido sanar, arrastramos esas heridas y una parte de nosotros se queda congelada en ese momento. Suelen ser partes infantiles de nosotros que cargan con dolor, vergüenza y culpa. En el tratamiento del trauma es sumamente importante incorporar la compasión del adulto hacia esa niña que sufre en su interior.
- Amor propio
La autocompasión es un ingrediente básico para la autoestima. Si podemos acoger todo lo que somos, inclusive esas partes de nosotros que no aceptamos, nos permite funcionar de forma integrada.
¿Cómo incrementar la autocompasión?
A veces es más fácil consolar a otras personas que a uno mismo. Para poder cultivar la autocompasión necesitamos ejercitar una mirada sin juicio y observarnos con curiosidad.
Quedarnos con nuestras lágrimas, sostener nuestro dolor es una manera de tejer un camino interno de cuidado y amor propio. Así que, cuando estés sufriendo, mírate a ti mismo como mirarías sufrir a alguien que amas. No lo criticarías, ni ordenarías. Le escucharías e intentarías calmar su dolor. Por esto, quédate contigo cuando estés llorando. Es cuando más te necesitas.
Es importante acoger tus lágrimas porque te están explicando una historia.
Puedes probar este breve ejercicio:
“Busca un lugar cómodo donde puedas entrar en contacto con tu interior. Cierra los ojos o baja la mirada y lleva tu atención a la respiración.
Simplemente observa cómo fluye el aire dentro de ti. Con cada inhalación siente el aire entrar en tu cuerpo. Siente la vida entrando en él. Permítete reconocer cómo cada inhalación es un placer. El placer de estar viva.
Deja que todo tu cuerpo se llene con esta energía. Con cada inhalación, inspira consciencia y contacto. Con cada exhalación libera todos tus miedos y rencores.
Desde este lugar de observación y calma, deja que venga a ti alguna situación en la que hayas sentido compasión por alguien o por ti misma. La compasión es lo que surge ante el sufrimiento de los demás o propio y que nos empuja a querer sanarlo.
Observa cómo se siente la compasión en tu cuerpo. Simplemente respira en ella y deja que se expanda por todo tu cuerpo. Utiliza este ejercicio como el reconocimiento del lugar donde habita tu compasión y visítalo cada vez que lo necesites.