
La tiranía de la comunicación
¿Y si nos atreviésemos a estar en silencio en lugar de ceder a la tiranía de la comunicación?
Vivimos en una sociedad donde estamos constantemente obligados a comunicar. De hecho, en algunos sectores se dice que si no comunicas, desapareces. Y lamentablemente es cierto: hemos construido un sistema en el que nos hipercomunicamos para sobrevivir. El flujo inunda nuestras redes, tiempo y espacio mental. Aún así, mucha gente considera que la hipercomunicación es una ventaja ya que permite acceder a mayor información. Inclusive, cree que le acerca más a los otros. Pero, ¿realmente nos aporta algo? Después de devorar la información, ¿nos encontramos más sabios o más conectados a nuestra realidad y a los demás?
Contestar estas preguntas implica una acción que escasea en la actualidad: tiempo de reflexión. Concretamente: parar, callar, observar y escuchar. Todas ellas bastantes opuestas al sistema político y económico actual pero con grandes facturas para el enriquecimiento del ser humano. Ser dueños de nuestra atención es en el presente una hazaña difícil de conseguir. Estamos tan bombardeados de estímulos que pelean por captar nuestra atención que contemplar pasivamente se vuelve una actividad tediosa por no decir imposible.
Esto se debe a que la “información tritura la atención” ¹ porque no permite el silencio y por lo tanto no deja espacio para una atención profunda.
“Como cazadores de información, nos volvemos ciegos para las cosas silenciosas, discretas, incluidas las habituales, las menudas o las comunes, que no nos estimulan, pero nos anclan en el ser.”²
Velocidad y superabundancia
La velocidad a la que recibimos la información aniquila la posibilidad de profundizar. Todo se reduce a titulares que sacuden nuestras emociones. Y vamos saltando de sacudida en sacudida sin registrar una huella, como si hubiésemos estado suspendidos en el tiempo en una especie de limbo. Cuando nos desconectamos tenemos una resaca del tipo ¿dónde he estado todo este tiempo? Y así poco a poco vamos haciendo un camino que no avanza, una recopilación que no acumula ni deja huella.
El bombardeo de información junto con el ritmo que la recibimos nos deja en un estado prereflexivo en el cual no sabemos por qué pero nos sentimos conmovidos; no sabíamos que queríamos algo pero un algoritmo adivina nuestros deseos (inclusive antes de que seamos conscientes). Pero “todo lo que se apresura está condenado a desaparecer.” ³
Sufrimos de insatisfacción; no poseemos nada. No construimos comunidad real; no estamos presentes habitando nuestro cuerpo. No nos encontramos con el Otro.
Espacio narcisista
La comunicación que establecemos hoy en día tiene más consonancia con un encuentro autista y narcisista que no con una conexión y comunión con otros. Y en el fondo, esto último es el anhelo del ser humano porque es nuestra esencia. Por eso continuamos. Nos comunicamos compulsivamente porque “estamos solos y notamos un vacío…Pero esta hipercomunicación no es satisfactoria. Solo hace más honda la soledad, porque falta la presencia del otro.”4
La experiencia es similar al que ingiere y no se nutre. Grabamos notas de voz inacabables pero en cambio nos cuesta sostener el espacio, tiempo y atención que necesita una conversación. Tenemos tiempo de escuchar nuestras propias notas de voz pero cuesta más hacer una llamada. La escena acaba siendo más como quien se emboba delante del espejo y muy diferente a quien se encuentra reflejado en las pupilas del otro. No hay Otro. Es solo la sombra de alguien que podría estar allí pero que nunca encontramos.
Vacío
Basta con hablar con profesionales que trabajan en salud mental (sobretodo con adolescentes) para saber que estamos rodeados de personas que padecen una sensación insostenible de vacío. Es un vacío profundo. Como el bebé que busca, para sobrevivir, los ojos de su madre pero no los encuentra. Y este no es el vacío anecdótico de una etapa de la vida como la adolescencia.
Como todos, buscamos y no encontramos así que volvemos a buscar. Esa es la clave del negocio de las redes sociales: nunca vamos a dejar de buscar. El problema es que buscamos en el lugar equivocado con la herramienta equivocada. Nos hemos desconectado de nuestra brújula interna.
Y así nos vemos seducidos por un espejismo. Estamos atrapados en la dicotomía entre ser estimulados (o más bien dicho sobreestimulados), o competir para recuperar nuestra atención. Claramente la batalla no es limpia. Tenemos toda una industria diseñada intencionalmente y con gran conocimiento de la neurobiología humana bombardeándonos dopamina. Chute tras chute nos convertimos en adictos al placer que nos proporcionan y que se parece muy poco (neurobiológicamente) a la felicidad. Nos consolamos con estar distraídos: soy infeliz pero al menos no me entero. La resistencia, por lo tanto, duele, aburre y nos enfrenta a nosotros mismos.
¿Comunicamos desde la libertad?
Un daño colateral (o bastante dirigido) es la pérdida de nuestra libertad, porque la libertad humana implica que podemos parar entre estímulo y respuesta para poder decidir cómo responder. En realidad, vivimos bajo un sistema perverso en el cual nos sentimos libres, porque en lugar de la censura de antaño, se nos permite (o más bien incita) a expresarlo todo; a desnudarnos sin tapujos. En esta especie de catarsis nos proclamámos libres sin darnos cuenta que en realidad estamos siendo sometidos a un dominio muy sutil. Aquello que nosotros ingenuamente compartimos es capital potencial para otros. Y así, sin casi percibirlo, le damos cuerda a la manivela. Nos vemos inmersos en esta tiranía de la comunicación.
En mi opinión, darse cuenta de esto último es fundamental. Si podemos parar para cuestionar el sistema en el que vivimos y también el rol que jugamos podremos también preguntarnos qué tipo de relaciones queremos establecer; cómo queremos comunicarnos y cuál queremos que sea nuestro papel. Por ahora, el presente no es muy prometedor: si no hacemos nada, nada cambiará. Nadie nos coacciona para que entreguemos nuestros datos, muy amablemente los entregamos. Por lo tanto, la resistencia hoy en día es muy diferente: consiste en callar; en guardar silencio; en resistirse a comunicar hasta no haber podido reflexionar lo suficiente. Siendo esperanzadora, quiero pensar que podemos devolverle a la comunicación su valor humano y profundo y no ceder a la tiranía.
¹ Han, B-C. (2021). No- Cosas. Quiebras del mundo de hoy. Penguin Random House.
² Ibid
³ Ibid
4 Ibid
5 Mate, G. (2022). The Myth of normal. Illness, Health and Healing in a Toxic Culture. Penguin Random House.